¿Por qué condenar a niñas, niños y adolescentes sin cuidados parentales —y que no pueden ser dados en adopción— a crecer en centros de asistencia social? Para garantizarles su derecho a vivir en familia, existe una opción llamada “acogimiento familiar”. En México, Nuevo León fue el primer estado en poner en marcha este modelo de cuidado alternativo.
Texto: Andrea Menchaca
Fotografías: Julio Aguilar
Leonardo no se resignaba al encierro. La pregunta se la hacía varias veces: ¿Cómo huir? Observaba los movimientos de quienes cuidaban el lugar. Hacía apuntes mentales. Imaginaba cómo saldría. Un día, al llegar la oscuridad, se armó de valor y ejecutó su plan. Era ahora o nunca.
Leonardo, de 14 años, escapó del Centro Capullos del DIF Nuevo León, albergue ubicado en el municipio de Guadalupe. Ahí, por diversas causas —abandono, maltrato, violencia intrafamiliar, abuso, negligencia— llegan decenas de niñas, niños y adolescentes que el Estado debe proteger a costa de privarlos de lo más fundamental: su derecho a vivir en familia.
Con respiración agitada, el delgado joven de baja estatura y tez morena caminó una, dos, tres, cuatro cuadras. Se detuvo frente a una casa, la miró y se arriesgó una vez más.
—No tengo a nadie. ¿Me puedo quedar aquí, en la cochera? –preguntó al señor que accedió a darle alojamiento.
Al día siguiente, la familia que albergó a Leonardo —compuesta por un electricista, su esposa y dos hijos— lo llevó de regreso al Centro Capullos. Pasaron dos semanas para que el obstinado adolescente volviera a escapar y a tocar la misma puerta.
—Pues aquí está otra vez Leonardo, nos volvió a pedir asilo —dijo el electricista al personal del DIF Nuevo León.
La tercera es la vencida, dicen. El joven se escabulló de nuevo para insistir con la misma familia. Leonardo quería vivir en un hogar. El electricista se reunió con Alejandro Morton, entonces director de Protección al Menor y la Familia del DIF estatal, y una psicóloga.
—¿Y por qué no nos lo dejan en la casa? –les preguntó– Nosotros lo cuidamos. Ya me está ayudando, quiere aprender a ser electricista.
Era el año 2004 y en Nuevo León —como hasta ahora sucede en casi todo el país—, si una niña, niño o adolescente no podía vivir con su familia biológica —padres—, la segunda opción era la familia extensa —abuelos, tíos, primos—. Si esto tampoco era posible, comenzaba el proceso judicial para la pérdida de patria potestad y abrir la posibilidad de la adopción. Mientras se determinaba su futuro, a la niña, al niño o al adolescente se le ingresaba a un centro de asistencia pública o privada, donde podía pasar años de su vida.
En ese entonces, ni Nuevo León ni en otro estado del país se contemplaba el “acogimiento familiar”; figura existente desde hace décadas en otros países y que permite a una familia tener la guarda y custodia del niño sin que exista una filiación jurídica. A diferencia de la adopción, que es una resolución de carácter definitivo que implica la sustitución familiar, el acogimiento familiar es un proceso temporal para evitar que niñas, niños y adolescentes (que por diversas causas no tienen cuidados parentales) vivan y crezcan en centros de asistencia social. Esta figura les permite crecer en un ambiente familiar, mientras se busca una solución permanente a su situación.
Leonardo tenía una escolaridad casi nula. —recuerda Alejandro Morton, quien hoy es coordinador de Infancia, Adolescencia y Familia del DIF del Municipio de Monterrey— Había sido abandonado. No había opciones familiares y a esa edad (14 años), la adopción es casi imposible. “Fue la primera vez que tomamos la decisión de que un niño se quedara con una familia fuera (de Capullos). La psicóloga iba casi tres veces al día a la casa, porque estábamos con una ansiedad. Para nosotros, como responsables, es más fácil que estén encerrados en una institución: tú te vas a tu casa, con tu familia, a vivir tu vida en comunidad y que el niño se quede encerrado. Pero eso no es justo. No es lo que marca la ley”.
En el México de 2004, uno de los referentes legales sobre el tema era la Convención sobre los Derechos del Niño que el país ratificó en 1990. En ella se sostiene que el niño, para el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad, tiene derecho a crecer dentro de una familia. También estaba la Ley para la Protección de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes del 2000; ahí, por primera vez, se incluyó la figura de “familia sustituta”, una opción para no tener a los niños y adolescentes en instituciones de asistencia pública o privada. Esta ley, sin embargo, pasó desapercibida al ser publicada el 29 de mayo del 2000, días antes de las elecciones en las que ganó la presidencia Vicente Fox. Alejandro Morton recuerda que el caso de Leonardo empujó al DIF de Nuevo León a dar el primer paso y tener la figura de familias de acogimiento en México: “Había otros niños que también lo querían. Querían vivir con una familia”.
En 1999, el psiquiatra Alejandro Morton regresó a su ciudad natal, Monterrey, después de una estancia de casi cuatro años en Bosnia, donde participó en un programa de la organización Médicos del Mundo, dedicado a la salud mental de niños y adolescentes en situación de guerra. Se incorporó al DIF Nuevo León con la tarea de fortalecer la institución para atender a niños que habían sufrido maltrato y abandono. Con su equipo creó el Centro de Atención Integral a Niños y Niñas de Nuevo León "Capullos", inaugurado en 2003. También trabajó en la Ley de Protección de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes para el Estado de Nuevo León, aprobada en diciembre de 2005, primera norma estatal que incluyó el acogimiento familiar como cuidado alternativo, bajo la figura de “familia sustituta”.
La psicología, la medicina, toda la ciencia de la salud —resalta Morton— tiene evidencias de que el mejor entorno de crecimiento para un niño es el familiar. Al trabajar en el DIF, él comprobó que los niños no quieren vivir en instituciones.
Después de ser testigo de la historia de Leonardo, Morton se preguntó: “¿Qué falta para tener otras opciones a la institución?”. En realidad, solo se requería tomar la decisión y vencer muchas resistencias. “Incluso —recuerda— al interior de los equipos decían: ‘eso no es para México, es para Europa’”.
Para impulsar el acogimiento familiar en México, se organizaron varias actividades, entre ellas un Seminario Internacional sobre los Derechos Humanos de los Niños, Niñas y Adolescentes, realizado en Monterrey en 2005, y al que se invitó a especialistas en el tema como Jesús María Rubio, director técnico de Programas de Acogimiento Familiar del Instituto Madrileño del Menor y la Familia (hoy Dirección General de la Familia y el Menor). Rubio recuerda que había una fuerte oposición a esta figura. Incluso, él se reunió con la esposa del entonces gobernador José Natividad González, para hablarle de esta alternativa de cuidados.
Un año después de la aprobación de la ley estatal, el programa de familias sustitutas logró tener vida. Sucedió en noviembre de 2006. Alejandro Morton rememora con orgullo ese capítulo: Sergio Chapa fue el primer juez familiar, a nivel nacional, que resolvió a favor de un niño de 11 años —quien tenía tres años de estar en una institución— para que viviera con una familia de acogimiento. A partir de ahí, comenzó a hablarse de “Familias Solidarias”, como se bautizó al programa en Nuevo León.
Ivette Fátima Mecott trabajó con Morton en el DIF Nuevo León. Fue delegada de adolescentes y estuvo a cargo del programa de Familias Solidarias, cuyas virtudes enumera: tener a los niños en una familia, que estén el menor tiempo institucionalizados, despresurizar a las instituciones y ayudar a la familia de origen, para que el niño regrese con ella.
La profesora investigadora de la Facultad de Derecho y Criminología de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), con una tesis doctoral en acogimiento familiar, reconoce que no fue fácil poner en marcha este programa: “Al ser algo nuevo, lo primero que se hace es rechazar”.
Entre 2008 y 2012 varias circunstancias provocaron que no hubiera grandes avances en el tema. Una de ellas fue el contexto político. En 2009 cambió el gobierno del estado y la Procuraduría de la Defensa del Menor y la Familia del DIF Nuevo León estuvo sin titular más de medio año. Además, el doctor Morton dejó el DIF para integrarse al Instituto Interamericano de la Infancia, organismo de la OEA con sede en Montevideo. Regresó en 2012. Ese año se dio un segundo impulso a las Familias Solidarias: se creó dentro del DIF Nuevo León el departamento de acogimiento familiar e inició el proceso de capacitación y certificación de las familias.
El programa se enfrentó a otro obstáculo: la figura de familias de acogimiento no se incluía en el Código Civil del Estado y algunos jueces insistían en que estuviera. Fue hasta mayo de 2015 que se introduce la figura de acogida y los procedimientos técnicos en el Código Civil.
—¡No cargues al bebé, mami! —le dice Mónica a Luz, una niña delgada como una espiga que intenta cargar a Samuel, de dos años. Quiere llevarlo a los columpios del parque.
—Ella es muy niñera —destaca Mónica— Desde antes que naciera Sam, cuidaba a todos los niños chiquitos que veía.
Luz no se llama Luz. Este es el nombre con el que se le conocerá en esta historia. Ahora tiene ocho años. Llegó a la casa de Mónica Aguilar y Alejandro Cáceres cuando tenía cuatro. A su corta edad ya había sido ingresada, al menos dos veces, al DIF de Nuevo León por negligencia de su familia biológica. Cuando tenía año y medio vivió un episodio de violencia que la llevó a ser internada en el Centro Capullos. La niña repetía un ciclo que su misma madre había vivido: descuido, abuso, institucionalización.
Mónica tuvo contacto con niños de casas hogar cuando realizó labor social en sus años de estudiante. Cuando se casó con Alejandro, la pareja tuvo muchas dificultades para tener hijos biológicos. Por ello, en algún momento, contemplaron la adopción. Al comenzar su proceso para ser padres adoptivos, conocieron el programa de Familias Solidarias. Mónica y Alejandro formaron parte de la primera generación de familias de acogimiento certificadas por el DIF Nuevo León en 2013.
Cuando realizaban los trámites para ser una Familia Solidaria, la pareja logró el embarazo que anhelaba. Nació su primer hija. La llamaron Alegría. Cuando la niña tenía dos años, funcionarios del DIF Nuevo León buscaron a Mónica y Alejandro para avisarles que había una niña para acogimiento, Luz. La recibieron en un contexto familiar difícil, ya que cuidaban de la madre de Alejandro, que padecía una enfermedad renal que la deterioró y la hizo dependiente de sus cuidados hasta que falleció un año después.
—Lo complicado fue querer hacer algo y no tener las herramientas adecuadas. Entonces, la decisión era: “renuncio o consigo las herramientas”. Nosotros fuimos por la segunda opción. La verdad no fue nada fácil, yo estuve yendo a terapia. —confiesa Mónica al recordar esa época.
—En este tiempo hemos visto muchísimos cambios en Luz. Hay cosas con las que todavía batalla, porque los procesos que vivió sí dejaron una huella profunda. —señala Alejandro— Antes, Luz era súper retraída, con mucho miedo. Con el mínimo llamado de atención, regaño o reto que no pudiera hacer, se congelaba y ya ni para atrás ni para adelante. Pero ahora es una niña que hace y disfruta muchas cosas, que ya no se quiebra con la mínima presión. Es muy tenaz.
La experiencia que han vivido como familia de acogimiento llevó a Mónica y Alejandro a crear la asociación ABBA. Adopción y Acogimiento Familiar.
—Mi mamá decía que no estábamos listos para recibir a un niño como familia de acogimiento. —recuerda Alejandro— Le comentamos que no lo estábamos; pero si esperábamos a tener todo perfectamente en su lugar, nunca lo haríamos y, finalmente, los que salen perdiendo son los niños. Quizá si no hubiéramos entrado al quite con el acogimiento de Luz, ella aún estaría en Capullos.
Estudios científicos, así como UNICEF y la Convención de los Derechos de los Niños señalan que no es lo más recomendable que un niño viva en una institución, ya que se le priva del cuidado y afecto personalizado que un entorno familiar le puede dar. Además, de que se le niega su derecho a vivir en familia.
La Red Latinoamericana de Acogimiento Familiar (RELAF), organización creada en 2003 y con sede en Uruguay, advierte que el desarrollo pleno de una persona es imposible en un marco meramente institucional, incluso aunque éste le proporcione asistencia alimentaria y médica. “Numerosas investigaciones han demostrado que la permanencia de un niño en sus primeros años en una institución provoca daños irreparables para su vida futura, entre los que se encuentran: salud física deficiente, graves retrasos en el desarrollo, discapacidad y daño psicológico potencialmente irreversible. Los efectos son más severos cuanto más prolongada es la institucionalización. Asimismo, se ha demostrado que por cada tres meses que un niño, en sus primeros años de vida, reside en una institución, pierde un mes de desarrollo”, se escribe en el documento Acogimiento Familiar. Guía de Estándares para las prácticas.
Los niños, niñas y adolescentes que son susceptibles a ser adoptados, ¿cuántos años han vivido en instituciones? En este interactivo es posible conocerlo.
Fuente: Los datos se obtuvieron a través de solicitudes de información realizadas a los DIF nacional y estatales.
La información corresponde al periodo de abril y junio de 2017.
*Los datos del DIF-BC, para junio de 2017, eran los siguientes:
89 NNA tenían entre 0 y 6 años viviendo bajo tutela del DIF
87 NNA tenían entre 7 y 12 años viviendo bajo tutela del DIF
10 NNA tenían entre 13 o más años viviendo bajo tutela del DIF
* Veracruz respondió que el tiempo de institucionalización de los NNA bajo tutela del DIF iba de 5 meses hasta 8 años.
* Los DIF de Baja California Sur, Querétaro, Yucatán y Quintana Roo no especificaron el tiempo que los NNA llevaban viviendo bajo su tutela.
* Colima, Guerrero y Tlaxcala informaron que no tenía NNA susceptibles de ser adoptados.
* Michoacán respondió que no tenía el dato, ya que se realizaba una “revisión minuciosa respecto a la situación jurídica-familiar” de los NNA.
A pesar de las recomendaciones de los expertos, la institucionalización ha sido y todavía es una política que desde los Estados y desde diversas instituciones, fundaciones, organizaciones o centros religiosos se plantea como solución única o predominante para los niños sin cuidados parentales. Y contra esto es que trabaja RELAF. Entre sus objetivos está difundir el acogimiento familiar, figura que ya se utiliza en varios países, entre ellos Inglaterra, Estados Unidos, Argentina, Uruguay, Costa Rica, Perú y España.
Matilde Luna, directora de RELAF, lamenta que en México la inclusión de los niños en residencia esté tan naturalizada y que sea casi el único mecanismo utilizado, en el que además pasan largos periodos de tiempo.
En México se estima que alrededor de 30 mil niñas, niños y adolescentes viven en instituciones públicas o privadas, pese a que la misma Convención sobre los Derechos del Niño señala que esta debe ser una medida extrema, que debe evitarse.
La puesta en marcha de la figura de acogimiento en Nuevo León se dio en forma paralela a un proceso de regularización de las casas hogar en la entidad, el cual se impulsó a partir de la publicación de la Ley de Instituciones Asistenciales que tienen bajo su Guarda, Custodia o Ambas, Niñas, Niños y Adolescentes de Nuevo León, en 2011.
Desde 2006, la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) realizó un estudio sobre la situación de salud de los niños, niñas y adolescentes internados en las casas de hogar, en el que se alertaba que era necesario tener una mayor supervisión de estos lugares.
La regularización de las casas hogar se aceleró en Nuevo León después de que, en 2008, se conoció la historia de malos tratos y abusos que se vivían en el Centro de Adaptación e Integración Familiar (Caifac), de donde huyó Brenda, de 12 años, y donde Diana y sus dos primos, Adriana y Julio, fueron reportados como desaparecidos.
A partir de este caso comenzó una verificación de las instituciones. Se encontró que de las 64 casas hogar que había en el estado, solo tres cumplían con los requisitos, recuerda Leticia López, directora de la Cátedra por la Infancia de la Universidad de Monterrey y fundadora de Pequeños Gigantes, A.C.
Que se conociera la historia de abusos en Caifac llevó a que las casas hogar que deseaban seguir funcionando, tuvieran que regularizarse para obtener su licencia de operación y certificado. Hoy en Nuevo León se tienen registradas 35 casas hogar privadas y 10 públicas, en donde viven mil 379 niñas, niños y adolescentes, de acuerdo con el registro de abril de 2018.
En Nuevo León, otro punto de inflexión ocurrió en 2012 cuando el DIF estatal creó el departamento de Acogimiento Familiar y comenzó a trabajar con Back2Back. El gobierno estatal se acercó a esta asociación por su experiencia conectando el recurso humano, económico y profesional voluntario para desarrollar proyectos en casas hogar; pero sobre todo por su Programa Esperanza, modelo en el que se apoya a los adolescentes que salen de las casas hogar, para que estudien la preparatoria o la universidad y que son hospedados en villas, donde los cuidan tutores de tiempo completo que viven ahí.
En el caso del programa de Familias Solidarias, la organización Back2Back es la que se encarga de la evaluación psicosocial de las familias interesadas en ser una familia de acogimiento y el DIF estatal es quien las certifica. Teresa García comenta que, hasta junio de 2017, había 47 familias certificadas y 30 niños que viven con una familia de acogimiento.
“En una casa hogar viven alrededor de 30 o 40 niños, por lo menos en el caso de las instituciones con las que Back2Back trabaja. Estamos hablando de que la población de una casa hogar completa está viviendo con familias”, destaca la trabajadora social.
Hoy Nuevo León es un referente a nivel nacional cuando se habla de familias de acogimiento. El reto en estos últimos dos años ha sido darle continuidad, sobre todo ante los cambios políticos a nivel municipal, estatal y federal. Como suele suceder con toda transición de gobierno, especialmente cuando no continúa el mismo partido político, hay un tiempo de ajustes entre que sale el equipo que había adquirido la experiencia y el conocimiento y llega otro personal que debe de retomar el trabajo realizado y asumir los retos pendientes. Al final, quienes pagan esta falta de continuidad en los programas son niñas, niños y adolescentes que ven pasar el tiempo en una institución.
Fuente: Datos estimados a partir de las respuestas a solicitudes de información realizadas a los DIF nacional y estatales.
A nivel nacional el acogimiento familiar tomó relevancia de nuevo con la aprobación de la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, publicada el 4 de diciembre de 2014, pues incluye a la familia de acogida como opción de cuidado para el niño o la niña que ha sido separado de su familia de origen por resolución judicial.
Esta ley define a la familia de acogida como “aquélla que cuente con la certificación de la autoridad competente y que brinde cuidado, protección, crianza positiva y la promoción del bienestar social de niñas, niños y adolescentes por un tiempo limitado hasta que se pueda asegurar una opción permanente con la familia de origen, extensa o adoptiva”.
Pese a que el acogimiento familiar es un tema incluido en la ley desde el año 2000, y en 2014 se volvió a establecer en una ley general, los avances en esta materia han sido lentos. Además de Nuevo León, son contados los estados en donde se trabaja para implementar en forma adecuada esta figura. Desde 2016, Unicef y RELAF impulsan en México un programa piloto de familias de acogimiento en Tabasco, Ciudad de México, Chihuahua, Campeche, Morelos y con la Procuraduría Federal de Protección de Niñas, Niños y Adolescentes. Este programa piloto finalizará este año.
Jalisco y el Estado de México también han puesto en marcha programas de acogimiento familiar. El programa del Estado de México es singular. De acuerdo con datos proporcionados por el DIF estatal, en junio de 2017, 30 niños vivían con familias de acogida, aunque en estos casos se trataba de familias que tenían como objetivo adoptar a esos niños. “A las familias —que ya tienen su certificado de idoneidad para adoptar— les aclaramos que la situación jurídica del niño no se ha resuelto, pero que se está trabajando para que se resuelva y poder comenzar el trámite de adopción”, explicó la entonces directora de Servicios Jurídico Asistenciales del DIF Estado de México, Imelda López Martínez.
Paula Ramírez España, oficial nacional de protección de UNICEF México, explica que se debe considerar que existen varios tipos de acogimiento familiar: el de urgencia, “en donde un niño puede pasar una semana, unos días, en lo que se busca una medida definitiva de cuidado”. El acogimiento de mediano o largo plazo. Y un acogimiento “más permanente”, una alternativa que, sobre todo, permite atender a los adolescentes que han pasado mucho tiempo en institucionalización y que ya no encuentran en la adopción una vía de salida. “Ellos pudieran ingresar en familias de acogida que les ayuden a preparar su proyecto de vida independiente”.
La sociedad civil, por su parte, promueve el acogimiento familiar a través de una red conformada por miembros de organizaciones, casas hogar, académicos y especialistas. En 2013, se creó la Red por el Derecho a la Vida Familiar y Comunitaria, cuya actual promotora es Laura Martínez de la Mora, directora de la Villa Infantil de Irapuato.
El 31 de marzo de 2017, la Red —que ahora se llama Red Nacional por el Derecho a Vivir en Familia y Convivencia Comunitaria (Renavif)— realizó su segunda reunión en Monterrey, donde se establecieron cuatro comisiones. Una está encargada del fortalecimiento familiar: “es trabajar con la familia biológica y ver todo el tema de prevención, para evitar que los niños se separen de su familia”, explica Teresa García, coordinadora del Programa de Familias Solidarias de Back2Back México. La segunda se enfoca en los cuidados alternativos de carácter residencial, “es decir, su interés es ayudar a que las instituciones encuentren un modelo más familiar, o bien, que busquen el acogimiento familiar”. La tercera se concentra en la desinstitucionalización, “pues la red tiene todo el objetivo de empujar a los gobiernos y a las otras instituciones a que busquen más modelos familiares”. La cuarta busca trabajar “por la autonomía y la independencia de los adolescentes”.
Sonia Caballero lleva 27 años trabajando en el DIF Nuevo León. Es supervisora de enfermeras. Y como parte de su labor ha brindado cuidados especiales a ocho niños que, por alguna enfermedad, han fallecido. Estar en contacto con estos pequeños la llevó a unirse al programa de Familias Solidarias de Nuevo León. Sonia, su esposo José Luis y sus dos hijos son desde hace cuatro años, la familia de acogimiento de Chuyito.
Cuando era bebé, Chuyito llegó al DIF Nuevo León con graves problemas de salud ocasionados por un síndrome que afecta su crecimiento y le impide caminar bien. Por su estado de salud, sus padres decidieron no hacerse cargo de él.
Al cumplir un año de edad, todos los domingos, Chuyito comenzó a visitar la casa de Sonia y José Luis. Entonces —recuerda Sonia— era un huesito, frágil y pálido. Ahora, el niño de cinco años se divierte al disfrazarse de superhéroe.
La comida, vestimenta y una terapia de lenguaje que necesita Chuyito corren a cargo de Sonia y José Luis, en tanto que las cirugías y el tratamiento especializado lo recibe del Seguro Popular o del DIF estatal. La filosofía de la familia es “donde comen dos, comen tres”.
En Nuevo León, desde hace años se ha intentado establecer un apoyo económico para las familias de acogida, pero hasta ahora no se ha concretado. En el estado, por ahora, el apoyo que reciben estas familias es en especie, a diferencia de otros países, donde se hace una transferencia de dinero.
Sonia y José Luis cuentan su experiencia como familia de acogida, mientras Chuyito va a su habitación por la máscara de Capitán América y regresa para brincar de un lado a otro. Al verlo, la familia confiesa ser testigo de cómo el amor transforma. Ahora es un niño seguro, sociable y carismático.
—Es regocijante poder ayudarlo a salir adelante —dice con orgullo José Luis.
—Si vengo cansado o triste, él me ayuda a estar feliz. Antes, en la casa estaba todo tranquilo; ahora, estando él todo es diferente. Nada más se anda riendo, jugando. —cuenta Braian, de 20 años, estudiante de Criminología en la UANL, hijo de Sonia y José Luis.
Los niños que están en el programa de acogimiento familiar continúan en contacto con sus familias biológicas, por lo que cada semana o cada 15 días se reúnen con ellas en las instalaciones del DIF estatal. Y es que el objetivo central del acogimiento es la reintegración de los niños a su núcleo familiar. Sin embargo, no siempre esto sucede, como es el caso de Chuyito.
Morton señala otro de los retos pendientes: establecer cuánto tiempo se debe esperar para comenzar a promover un juicio por abandono, cuando el niño está con una familia de acogimiento y su familia de origen no lo visita. En el caso de la institucionalización son 15 días, pero en el acogimiento familiar falta incorporar un criterio en el Código Civil estatal.
Erik Caballero, director del DIF Nuevo León, indica que en Capullos hay, en promedio, entre 250 y 300 niños al mes por vulneración de sus derechos, pero también porque sus familiares están en situaciones legales críticas, en prisión, enfermos o han fallecido.
Thelma Flores, directora de Atención Integral al Menor y la Familia del DIF Nuevo León, considera que los niños que están en Capullos tienen un perfil propio para estar en un programa de acogimiento. “Los procesos legales son lentos. A pesar de que el equipo legal hace todos los esfuerzos, nuestros niños tardan mucho tiempo aquí (en una institución). Tenemos historias de 12 años o más de estancia en Capullos”, señala.
La mayoría de los niños que están en una institución —resalta Flores— requiere que se le restituya el derecho a vivir en familia. Ellos deben tener la posibilidad de convivir con una familia, mientras se completa su proceso legal.
El proceso para certificarse como familia de acogimiento puede durar alrededor de tres meses e incluye evaluaciones, pruebas proyectivas, estudios socioeconómicos, entrevistas individuales, de pareja y a los hijos de la familia, en las que se evalúan, particularmente, las habilidades parentales. “Podemos hablar de la empatía, que puedan tolerar la frustración, porque los niños han pasado por traumas que les han dejado secuelas, entonces necesitan familias seguras, fuertes, con una estabilidad emocional alta”, explica Diana Morales, psicóloga del área de Familias de Acogida del DIF Nuevo León.
Flores reconoce que aún son pocas las familias que se integran al programa.
Y mientras se busca tener a más familias de acogida, cerca de mil 400 niñas, niños y adolescentes viven en casas hogar, públicas y privadas, de Nuevo León. El director del DIF estatal aclara que no todos ellos serían candidatos al programa de acogimiento. Para que lo sean se tiene que analizar la situación particular de cada uno, ya que en algunos casos, por diversas razones, sus padres biológicos los dejan en estos lugares, pero siguen en contacto con ellos.
La opinión generalizada de los expertos es que faltan familias de acogimiento. A muchas personas les detiene pensar que los niños estarán temporalmente con ellos.
—Uno como adulto es muy miedoso al duelo que le causará que lo separen de una persona. Entonces no se animan a ser parte de este programa de familias de acogimiento, porque van a sufrir. Para mí eso es ser egoísta. –apunta Sonia– Falta que se quiten ese temor. A mí me preguntaban: “Y si un día te dicen que el niño ya no va a estar contigo, ¿qué vas a hacer?” Pues lloro, pero ya contribuí con un ser humano. Ese amor y esos valores que le di van a estar plasmados en esa personita.
Chuyito asiste al kínder. Duerme en su propio cuarto. Tiene varios juguetes. Acompaña a Sonia al trabajo. Toma clases de música en la Iglesia San José Huinalá, donde toca la clave o el pandero en las misas del fin de semana. Tiene paseos familiares los domingos. Corre por el parque o come un helado en una tarde soleada. A veces, después de alguna de las cirugías que requieren hacerle para mantener su estado de salud lo mejor posible, duerme en el mismo cuarto de Sonia y José Luis. Chuyito, a sus cinco años, crece acompañado de los cuidados de su familia de acogimiento.
Si él viviera en una institución, su historia sería muy distinta.